jueves, 14 de enero de 2010

EL AMOR DE UNA MADRE QUE CURÓ A SU HIJA

EL AMOR DE UNA MADRE QUE CURÓ A SU HIJA

No hay duda que el sinónimo de amor es la palabra madre. La enfermera Laura Lucio, es la prueba de ello. Una mujer abnegada que no le cedió ni un segundo al terrible cáncer que le quiso arrebatar la vida a su pequeña hija.


Adrianita, tenía tres años, habían pasado solo quince días de haberlos cumplido. Sin imaginarlo, un dolor en una de sus piernas a causa de una leve caída fue el pretexto que advirtió que algo andaba mal. La dificultad que su hija tenía para caminar preocupó a Laura. Enseguida la llevó a varios médicos, pero fue por la recomendación de una compañera de trabajo que decidió hacerle un hemograma (examen de sangre) de control. Gracias a ello, en la tarde tuvieron un diagnóstico que dio señales de lo que en verdad sucedía.

La hemoglobina estaba en menos de seis, eso implicaba transfusiones sanguíneas inmediatas. Así lo hicieron, una vez que la Dra. Ruth Armijos, hematóloga de Solca en Portoviejo les explicó el caso y ordenó una aspiración de médula urgente para confirmar el cáncer. y descartar la necesidad de un transplante.

En efecto la Dra. Armijos acertó en su diagnóstico. El cáncer estaba ahí, pero para suerte de Adrianita no era necesario un transplante de médula, se podía curar con un tratamiento de quimioterapias, aunque eso no significaba que las cosas iban a ser fáciles.

Para Laura y su familia el proceso fue complicado porque a pesar de que ella trabajaba en Solca, hace nueve años cuando detectaron la enfermedad de su hija, la Institución no tenía el espacio, el personal médico ni el equipamiento con el que cuenta ahora. Por ello, la niña fue trasladada a la Cruz Roja y a Solca de Quito, donde empezó su proceso de recuperación.

Laura recuerda que hubo momentos muy difíciles, en los que además de trabajar no podía descuidar a su hija, incluso cuando pasó por incidentes como el de quemarse la cara preparando una comida, y la fractura de un pie que se la provocó pateando el monigote del año viejo que la obligó a enyesarse y andar con muletas por tres meses. Pero, sobre todo tiene muy presente aquel fin de año del 99 en el que un mal diagnostico estuvo a punto de complicar aún más la salud de su pequeña.

Confundieron una infección intestinal con una infiltración en el sistema nervioso. La recomendación fue internarla en una clínica y buscar de inmediato un anestesiólogo para intervenirla y extraerle el líquido de la columna que rescataría el infiltrado. En buena hora y después de haber dejado tantos mensajes de voz en el celular del médico que atendía a Adriana en Quito, por fin contestó. Al conocer los síntomas, le pidió a Laura que sacara de inmediato a la niña pues la doctora que hizo la evaluación había cometido un error. “Gracias a Dios nunca conseguimos un anestesiólogo, porque sino, no sé que hubiera sido de mi hija. Ese día fue muy triste, mientras muchos celebraban nosotros llorábamos al ver muy grave a nuestra hija”. Pero con la bendición de Dios, la sabiduría del doctor, el amor y la unión de la familia, lograron la magia de un milagro. Después de cuatro días, Adriana logró estabilizarse.

Así, después de casi cuatro años de tratamiento, Adriana se convirtió en una de los 16 pacientes con cáncer de sangre que han logrado sobrevivir hasta el momento en Solca. Para ellos todo volvió a la normalidad. Hoy, ella es toda una adolescente, tiene trece y es una chica solidaria, atenta, alegre, extrovertida y con un carácter imponente que dice Laura heredó de su esposo.

“No me avergüenza contar la historia de mi hija, pero a veces prefiero no hacerlo para olvidar el pasado. Sin embargo, cuando tengo que darle ánimo a los pacientes que quieren abandonar sus tratamientos, llevo a mi hija a Solca y ella les sirve de ejemplo”, concluyó Laura, mientras sostenía en sus piernas a Adriana y con besos, abrazos y una gran sonrisa demostraba la alegría de ser madre de su “pequeña princesita”. Por Vany Montes V.

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